Muchas personas enfrentan dificultades para establecer límites personales, y en algún momento de su vida pueden llegar a perder el propósito de su llamado. Por ello, resulta esencial comprender la importancia de fijar límites adecuados. Nuestra vida -en sus dimensiones emocional, sicológica y espiritual- requiere de parámetros claros que definan quiénes somos y quiénes no somos, y que estén orientados a resguardar la integridad de nuestro corazón. Cuando no aprendemos a poner límites claros, corremos el riesgo de tomar decisiones determinadas no por nuestras convicciones, sino por las emociones o expectativas de los demás.
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Crónica de un alien en la iglesia
La única manera de llevar una vida cristiana saludable es equilibrar la gracia con la verdad. Poner la verdad antes que la gracia produce culpa, miedo, enojo y resentimiento; mientras que la gracia sin verdad puede llegar a convertirse en una licencia para pecar. Sin embargo, cuando la gracia y verdad se combinan, nos invitan a vivir una relación íntima con Dios, con todo lo bueno y lo malo que existe en cada uno de nosotros. Juntas, la gracia y la verdad forman una combinación sanadora que, con el tiempo, dará frutos en nuestra vida. El Señor nos ama plenamente y sabe que necesitaremos verdad, gracia y tiempo para resolver nuestras imperfecciones.
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Sala de crisis
La vida que llevamos es un reflejo de lo que pensamos. Si pensamos bien, vivimos bien; si pensamos mal, vivimos mal. Los desórdenes alimenticios, las relaciones tóxicas, las adicciones e incluso la depresión y la ansiedad tienen sus raíces en patrones de pensamiento equivocados. Por eso debemos arrancar de raíz los pensamientos dañinos y, en su lugar, sembrar en nuestra mente y en nuestro corazón la Palabra de Dios, porque cuando Su Palabra penetra en los surcos fértiles de nuestro interior, brotan nuevos frutos que nos fortalecen y nos dan paz.
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El mismo techo y distintos cuartos
En nuestras iglesias, a veces pretendemos servir el mismo alimento espiritual a todos, con la misma medida, como si se tratara de un genérico. Pero Dios nos hizo únicos, y cada corazón se nutre y se conecta con Él de manera distinta. Para crecer en la fe, necesitamos conocer nuestro temperamento, nuestro estilo de aprendizaje, nuestros circuitos espirituales, y la temporada de la vida en la cual nos encontramos. Hay quienes son más intelectuales, otros son adoradores y otros más viven la fe desde lo relacional. No importa la manera, lo que nos hace ser Sus discípulos, es elegir estar siempre con Jesús.
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Los jueces
Con frecuencia filtramos la gracia de Dios a través de la red de nuestra propia opinión, y juzgamos y señalamos a los demás con un dedo acusador. Nada parece darnos más satisfacción que ponernos la toga y, desde el estrado, descargar el martillo para emitir la condena que creemos hará justicia. Pero no sólo somos indignos para ser jueces, sino también incompetentes para serlo. No gastemos la vida intentando ser policías de la santidad ajena. El Señor nos ha llamado a aborrecer el mal; pero jamás nos ha llamado a despreciar o condenar al pecador. ¡Un mensaje retador y liberador!