El impulso irresistible de robar. Cleptomanía. Hablamos con Lucero Munguía - Hablando con Científicos
¿Qué puede llevar a una persona con recursos suficientes a robar algo que no necesita y exponerse al riesgo de ser descubierta, con la tensión y vergüenza que ello implica? Hablamos de cleptomanía, un trastorno psicológico poco estudiado, caracterizado por la incapacidad de resistir el impulso de robar objetos que tienen poco valor para su uso personal o económico. Aunque puede parecer un problema sencillo, la investigadora Lucero Munguía, nuestra invitada hoy en Hablando con Científicos, y su equipo han llevado a cabo el estudio de un grupo de 150 mujeres como problemas de cleptomanía y ha comprobado que esas personas sufren un trastorno mucho más complejo, situado entre la impulsividad y la compulsividad. Además, los tratamientos tradicionales no siempre funcionan: las recaídas y abandonos son frecuentes. ¿La clave? Entender que no es simplemente “querer robar”, sino una manera que esas personas de regular lo que sienten por dentro.
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Composición corporal y balance de energía. - Quilo de Ciencia
El organismo humano no es una excepción del primer principio de la termodinámica, o principio de la conservación de la energía, enunciado por Julius Robert Mayer, en 1842. Esto quiere decir que el organismo humano, como el de todos los seres vivos, no es capaz de crear ni destruir energía; sólo puede transformar unas formas de energía en otras. No debe olvidarse pues que, como escribe Lehninger en su conocido tratado Bioenergética: «No hay vitalismo ni magia negra capaz de hacer que los organismos vivos puedan evadirse de la naturaleza inexorable de los principios termodinámicos.» Insisto en ello porque si lo que leemos en algunos anuncios fuese cierto, especialmente cuando se habla de dietas de adelgazamiento y cambios de composición corporal, tendríamos que dudar de la validez de dichos principios.
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El origen cósmico de los átomos. Hablamos con Enrique Nácher y Sergio Pastor - Hablando con Científicos
Cuando decimos que “somos polvo de estrellas”, no es una metáfora: es una realidad. Los átomos que forman nuestro cuerpo y todo lo que nos rodea se originaron en distintos procesos cósmicos a lo largo de miles de millones de años. Tras el Big Bang, el universo produjo hidrógeno, helio y trazas de litio. Más tarde, en el núcleo de las estrellas, la fusión nuclear generó elementos más pesados como el carbono y el oxígeno. Al morir, algunas estrellas explotaron en supernovas, formando elementos aún más pesados como el oro o el uranio. Otros se forjaron en colisiones de estrellas de neutrones, eventos extremos que también enriquecen el cosmos. Hoy, incluso somos capaces de crear elementos artificiales en laboratorios. Esta historia fascinante es la que cuentan Enrique Nácher González y Sergio Pastor Carpi, investigadores del IFIC (CSIC – UV), en su libro “La formación de los elementos químicos”.
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Otro gen que susurra a los humanos - Quilo de Ciencia
Desde hace décadas, los científicos estudian qué genes a lo largo de la evolución han sido los más importantes para que los humanos hablemos. Hasta ahora, el principal candidato era el gen llamado FOXP2. Los humanos poseemos una variante del gen FOXP2 que no poseen otros animales relacionados con nosotros, en particular no la poseen chimpancés o gorilas. Esta aparente exclusividad humana hizo creer en un principio que esa variante de FOXP2 era la que nos capacitaba para hablar. Gracias a los progresos en la secuenciación del DNA se ha podido obtener y comparar la secuencia de especies humanoides, como neandertales y denisovanos, así como de gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos. A partir de la comparación de esos genomas, se han identificado 61 genes cuyas variantes aparecen exclusivamente en la especie humana. Una de estas variantes génicas ha atraído mucho la atención de los científicos. Se trata de una variante del gen NOVA1, que produce una proteína que interacciona con el RNA en las neuronas y modula su función.
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Adaptación genética al hábitat en chimpancés salvajes. Hablamos con Aida Andrés. - Hablando con Científicos
Hace entre 6 y 7 millones de años, humanos y chimpancés compartieron un ancestro común. Desde entonces, ambos evolucionaron por caminos distintos, adaptándose a sus respectivos entornos. Un estudio internacional, en el que participó Aida Andrés, investigadora del University College of London y nuestra invitada en Hablando con Científicos, analizó el ADN de chimpancés salvajes extraído de muestras fecales de poblaciones repartidas en distintos hábitats africanos, como selvas densas o zonas abiertas y más áridas cercanas a la sabana. Los resultados revelaron la existencia de adaptaciones genéticas locales, especialmente frente a enfermedades como la malaria. Estas diferencias muestran cómo los genes cambian según el ambiente. Los hallazgos contribuyen a entender tanto la evolución de los chimpancés como la del ser humano.